domingo, 10 de mayo de 2009

Memoria inmortal de D. Pedro Girón, duque de Osuna de Francisco de Quevedo


Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la fortuna.

Lloraron sus envidias una a una
con las propias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandes las campañas
y su epitafio la sangrienta luna.

En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope, y Tinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio,

diole el mejor lugar Marte en su cielo;
la Mosa, el Rin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.

Poema - A una nariz de Francisco de Quevedo

Erase un hombre a una nariz pegado,
érase una nariz superlativa,
érase una nariz sayón y escriba,
érase un peje espada muy barbado.

Era un reloj de sol más encarado,
érase una alquitara pensativa,
érase un elefante boca arriba,
era Ovidio Nasón más narizado.

Erase un espolón de una galera,
érase una pirámide de Egito,
las doce tribus de narices era.

Erase un naricísimo infinito,
muchísima nariz, nariz tan fiera
que en la cara de Anás fuera delito.

Poema - Riesgo de celebrar la hermosura de las tontas de Francisco de Quevedo

Sol os llamó mi lengua pecadora,
y desmintióme a boca llena el cielo;
luz os dije que dábades al suelo,
y opúsose un candil, que alumbra y llora.

Tan creído tuvisteis ser aurora
que amanecer quisisteis con desvelo;
en vos llamé rubí lo que mi abuelo
llamara labio y jeta comedora.

Codicia os puse de vender los dientes
diciendo que eran perlas; por ser bellos
llamé los rizos minas de oro ardientes;

pero si fueran oro los cabellos,
calvo su casco fuera, y diligentes
mis dedos os pelaran por vendellos.

sábado, 9 de mayo de 2009

Poema - A Roma sepultada en sus ruinas de Francisco de Quevedo

las ruinas de Roma
Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!,
y en Roma misma a Roma no la hallas:
cadáver son las que ostentó murallas
y tumba de sí propio el Aventino.

Yace, donde reinaba, el Palatino;
y limadas del tiempo las medallas
más se muestran destrozo a las batallas
de las edades que blasón latino.

Sólo el Tibre quedó, cuya corriente
si ciudad la regó, ya sepultura
la llora con funesto son doliente.

¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hermosura,
huyó lo que era firme y solamente
lo fugitivo permanece y dura.

Poema - Exageración de su afecto amoroso de Francisco de Quevedo

hombre triste de amor
Amor me ocupa el seso y los sentidos:
absorto estoy en éxtasi amoroso,
no me concede tregua ni reposo
esta guerra civil de los nacidos.

Explayóse el raudal de mis gemidos
por el grande distrito y doloroso
del corazón, en su penar dichoso,
y mis memorias anegó en olvidos.

Todo soy ruinas, todo soy destrozos,
escándalo funesto a los amantes,
que fabrican de lástima sus gozos.

Los que han de ser y los que fueron antes
estudien su salud en mis sollozos
y envidien mi dolor, si son constantes.

Poema - Rodéanle mil fantasmas engañosas de Francisco de Quevedo

¿Qué imagen de la muerte rigurosa,
qué sombra del infierno me maltrata?
¿Qué tirano crüel me sigue y mata
con vengativa mano, licenciosa?

¿Qué fantasma en la noche temerosa
el corazón del sueño me desata?
¿Quién te venga de mí, divina ingrata,
más por mi mal que por tu bien hermosa?

¿Quién, cuando con dudoso pie e incierto
piso la soledad de aquesta arena,
me puebla de cuidados el desierto?

¿Quién el antiguo son de mi cadena
a mis orejas vuelve, si es tan cierto
que aun no te acuerdas tú de darme pena?

Poema - Las gracias de la que adora de Francisco de Quevedo

la rosa lozana y fresca
Esa color de rosa y azucena,
y ese mirar sabroso, dulce, honesto,
y ese hermoso cuello, blanco, enhiesto,
y boca de rubís y perlas llena;

la mano alabastrina, que encadena
al que más contra amor está dispuesto,
y el más libre y tirano presupuesto
destierra de las almas y enajena;

esa rica y hermosa primavera
cuyas flores de gracias y hermosura
ofendellas no puede el tiempo airado

son ocasión que viva yo, y que muera,
y son de mi descanso y mi ventura
principio y fin, y alivio del cuidado.

Poema - A la mar de Francisco de Quevedo

arena del mar azul
La voluntad de Dios por grillos tienes,
Y escrita en la arena, ley te humilla;
Y por besarla llegas a la orilla,
Mar obediente, a fuerza de vaivenes.

En tu soberbia misma te detienes,
Que humilde eres bastante a resistilla;
A ti misma tu cárcel maravilla,
Rica, por nuestro mal, de nuestros bienes.

¿Quién dio al pino y la haya atrevimiento
De ocupar a los peces su morada,
Y al Lino de estorbar el paso al viento?

Sin duda el verte presa, encarcelada,
La codicia del oro macilento,
Ira de Dios al hombre encaminada.

viernes, 8 de mayo de 2009

Poema - A Lope de Vega de Francisco de Quevedo

Lope de Vega
Las fuerzas, Peregrino celebrado,
afrentará del tiempo y del olvido
el libro que, por tuyo, ha merecido
ser del uno y del otro respetado.

Con lazos de oro y yedra acompañado,
el laurel con tu frente está corrido
de ver que tus escritos han podido
hacer cortos los premios que te ha dado.

La invidia su verdugo y su tormento
hace del nombre que cantando cobras,
y con tu gloria su martirio crece.

Mas yo disculpo tal atrevimiento,
si con lo que ella muerde de tus obras
la boca, lengua y dientes enriquece.

jueves, 7 de mayo de 2009

Poema - A una adúltera de Francisco de Quevedo

la adultera desnuda
Sólo en ti, Lesbia, vemos que ha perdido
El adulterio la vergüenza al cielo,
Pues que tan claramente y tan sin velo
Has los hidalgos huesos ofendido.

Por Dios, por ti, por mí, por tu marido,
Que no sepa tu infamia todo el suelo:
Cierra la puerta, vive con recelo,
Que el pecado nació para escondido.

No digo yo que dejes tus amigos,
Mas digo que no es bien que sean notados
De los pocos que son tus enemigos.

Mira que tus vecinos, afrentados,
Dicen que te deleitan los testigos
De tus pecados más que tus pecados.

miércoles, 6 de mayo de 2009

Poema - Agradece, en alegoría continuada, a sus trabajos su desengaño y su escarmiento de Francisco de Quevedo

Qué bien me parecéis, jarcias y entenas,
vistiendo de naufragios los altares,
que son peso glorioso a los pilares
que esperé ver tras mi destierro apenas!

símbolo sois de ya rotas cadenas
que impidieron mi vuelta, en largos mares;
mas bien podéis, santísimos lugares,
agradecer mis votos en mis penas.

No tanto me alegrárades con hojas
en los robres antiguos, remos graves,
como colgados en el templo y rotos.

Premiad con mi escarmiento mis congojas;
usurpe al mar mi nave muchas naves;
débanme el desengaño los pilotos.

martes, 5 de mayo de 2009

Poema - Al rey Felipe III de Francisco de Quevedo

Felipe III en caballo
Escondida debajo de tu armada,
Gime la mar, la vela llama al viento,
Y a las Lunas del Turco el firmamento
Eclipse les promete en tu jornada.

Quiere en las venas del Inglés tu espada
Matar la sed al Español sediento,
Y en tus armas el Sol desde su asiento
Mira su lumbre en rayos aumentada.

Por ventura la Tierra de envidiosa
Contra ti arma ejércitos triunfantes,
En sus monstruos soberbios poderosa;

Que viendo armar de rayos fulminantes,
O Júpiter, tu diestra valerosa,
Pienso que han vuelto al mundo los Gigantes.

lunes, 4 de mayo de 2009

Poema - Algunos años antes de su prisión última de Francisco de Quevedo

celo por los doctos libros
Algunos años antes de su prisión última, me envió este excelente soneto, desde la torre


Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos, pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos,
Y escucho con mis ojos a los muertos.

Si no siempre entendidos, siempre abiertos,
O enmiendan, o fecundan mis asuntos;
Y en músicos callados contrapuntos
Al sueño de la vida hablan despiertos.

Las Grandes Almas que la Muerte ausenta,
De injurias de los años vengadora,
Libra, ¡oh gran Don Josef!, docta la Imprenta.

En fuga irrevocable huye la hora;
Pero aquella el mejor cálculo cuenta,
Que en la lección y estudios nos mejora.

domingo, 3 de mayo de 2009

Poema - Amor constante más allá de la muerte de Francisco de Quevedo

Amor vence a la muerte
Cerrar podrá mis ojos la postrera
sombra que me llevare el blanco día,
y podrá desatar esta alma mía
hora a su afán ansioso lisonjera;

mas no, de esotra parte, en la ribera,
dejará la memoria, en donde ardía:
nadar sabe mi llama la agua fría,
y perder el respeto a ley severa.

Alma a quien todo un dios prisión ha sido,
venas que humor a tanto fuego han dado,
médulas que han gloriosamente ardido,

su cuerpo dejará, no su cuidado;
serán ceniza, mas tendrá sentido;
polvo serán, mas polvo enamorado.

viernes, 1 de mayo de 2009

Poema - Arrepentimiento y lágrimas debidas al engaño de Francisco de Quevedo

la vejez llega inexorable

Huye sin percibirse, lento, el día,
y la hora secreta y recatada
con silencio se acerca, y, despreciada,
lleva tras sí la edad lozana mía.

La vida nueva, que en niñez ardía,
la juventud robusta y engañada,
en el postrer invierno sepultada,
yace entre negra sombra y nieve fría.

No sentí resbalar, mudos, los años;
hoy los lloro pasados, y los veo
riendo de mis lágrimas y daños.

Mi penitencia deba a mi deseo,
pues me deben la vida mis engaños,
y espero el mal que paso, y no le creo.

jueves, 30 de abril de 2009

Poema - Camino de santidad de Francisco de Quevedo

Ésta es la información, éste el proceso
del hombre que ha de ser canonizado,
en quien, si es que vio el Mundo algún pecado,
advirtió penitencia por exceso.

Doce años de su suegra estuvo preso,
a mujer y a su sueldo condenado;
vivió bajo el poder de su cuñado,
tuvo un hijo no más, tonto y travieso.

Nunca rico se vio con oro o cobre,
vivió siempre contento, aunque desnudo,
no hay incomodidad que no le sobre.

Moró entre un herrador y un tartamudo,
fue mártir, porque fue casado y pobre,
hizo un milagro, y fue no ser cornudo.

jueves, 23 de abril de 2009

Poema - Contiene una elegante enseñanza de Francisco de Quevedo

Contiene una elegante enseñanza de que todo lo criado tiene su muerte de la enfermedad del tiempo


Falleció César, fortunado y fuerte;
ignoran la piedad y el escarmiento
señas de su glorioso monumento:
porque también para el sepulcro hay muerte.

Muere la vida, y de la misma suerte
muere el entierro rico y opulento;
la hora, con oculto movimiento,
aun calla el grito que la fama vierte.

Devanan sol y luna, noche y día,
del mundo la robusta vida, y lloras
las advertencias que la edad te envía!

Risueña enfermedad son las auroras;
lima de la salud es su alegría:
Licas, sepultureros son las horas.

miércoles, 22 de abril de 2009

Poema - Descuido del divertido vivir de Francisco de Quevedo

Descuido del divertido vivir a quien la muerte llega impensada

Vivir es caminar breve jornada,
y muerte viva es, Lico, nuestra vida,
ayer al frágil cuerpo amanecida,
cada instante en el cuerpo sepultada.

Nada que, siendo, es poco, y será nada
en poco tiempo, que ambiciosa olvida;
pues, de la vanidad mal persuadida,
anhela duración, tierra animada.

Llevada de engañoso pensamiento
y de esperanza burladora y ciega,
tropezará en el mismo monumento.

Como el que, divertido, el mar navega,
y, sin moverse, vuela con el viento,
y antes que piense en acercarse, llega.

martes, 21 de abril de 2009

Poema - Diana y Acteón de Francisco de Quevedo

la bella Diana y Acteon
Estábase la Efesia cazadora
Dando en aljófar el sudor al baño,
En la estación ardiente, cuando el año
Con los rayos del Sol el Perro dora.

De sí (como Narciso) se enamora;
(Vuelta pincel de su retrato extraño),
Cuando sus ninfas, viendo cerca el daño,
Hurtaron a Acteón a su señora.

Tierra le echaron todas por cegalle,
Sin advertir primero que era en vano,
Pues no pudo cegar con ver su talle.

Trocó en áspera frente el rostro humano,
Sus perros intentaron de matalle,
Mas sus deseos ganaron por la mano.

lunes, 20 de abril de 2009

Poema - Enseña a morir antes de Francisco de Quevedo

Enseña a morir antes y que la mayor parte de la muerte es la vida y esta no se siente, y la menor, que es el último suspiro, es la que da pena



Senor don Juan, pues con la fiebre apenas
se calienta la sangre desmayada,
y por la mucha edad, desabrigada,
tiembla, no pulsa, entre la arteria y venas;

pues que de nieve están las cumbres llenas,
la boca, de los años saqueada,
la vista, enferma, en noche sepultada,
y las potencias, de ejercicio ajenas,

salid a recibir la sepoltura,
acariciad la tumba y monumento;
que morir vivo es última cordura.

La mayor parte de la muerte siento
que se pasa en contentos y locura,
y a la menor se guarda el sentimiento.

sábado, 18 de abril de 2009

Poema - Miré los muros de la patria mía de Francisco de Quevedo

los muros de espana
Miré los muros de la patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de la carrera de la edad cansados,
por quien caduca ya su valentía.

Salime al campo, ví que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
que con sombras hurtó su luz al día

Entré en mi casa, ví que amancillada
de anciana habitación era despojos;
mi báculo más corvo y menos fuerte.

Vencida de la edad sentí mi espada
y no hallé cosa en que poner los ojos
que no fuese recuerdo de la muerte.

Poema - Muestra el error de lo que se desea y el acierto en no alcanzar felicidades de Francisco de Quevedo

Si me hubieran los miedos sucedido
como me sucedieron los deseos,
los que son llantos hoy fueran trofeos:
mirad el ciego error en que he vivido!

Con mis aumentos proprios me he perdido;
las ganancias me fueron devaneos;
consulté a la Fortuna mis empleos,
y en ellos adquirí pena y gemido.

Perdí, con el desprecio y la pobreza,
la paz y el ocio; el sueño, amedrentado,
se fue en esclavitud de la riqueza.

Quedé en poder del oro y del cuidado,
sin ver cuán liberal Naturaleza
da lo que basta al seso no turbado.

Poema - Prevención para la vida y para la muerte de Francisco de Quevedo

Si no temo perder lo que poseo,
ni deseo tener lo que no gozo,
poco de la Fortuna en mí el destrozo
valdrá, cuando me elija actor o reo.

Ya su familia reformó el deseo;
no palidez al susto, o risa al gozo
le debe de mi edad el postrer trozo,
ni anhelar a la Parca su rodeo.

Sólo ya el no querer es lo que quiero;
prendas de la alma son las prendas mías;
cobre el puesto la muerte, y el dinero.

A las promesas miro como a espías;
morir al paso de la edad espero:
pues me trujeron, llévenme los días.

Poema - Repite la fragilidad de la vida, y señala sus engaños y sus enemigos de Francisco de Quevedo

«Qué otra cosa es verdad sino pobreza
en esta vida frágil y liviana?
Los dos embustes de la vida humana,
desde la cuna, son honra y riqueza.


El tiempo, que ni vuelve ni tropieza,
en horas fugitivas la devana;
y, en errado anhelar, siempre tirana,
la Fortuna fatiga su flaqueza.


Vive muerte callada y divertida
la vida misma; la salud es guerra
de su proprio alimento combatida.


¡Oh, cuánto, inadvertido, el hombre yerra:
que en tierra teme que caerá la vida,
y no ve que, en viviendo, cayó en tierra!

Poema - Represéntase la brevedad de lo que se vive y cuán nada parece lo que se vivió de Francisco de Quevedo

la diosa Fortuna
"¡Ah de la vida..!" ¿Nadie me responde?
¡Aquí de los antaños que he vivido!
La Fortuna mis tiempos ha mordido,
las Horas mi locura las esconde.

¡Que sin poder saber cómo ni adónde
la salud y la edad se hayan huido!
Falta la vida, asiste lo vivido,
y no hay calamidad que no me ronde.

Ayer se fue, mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto:
soy un fue, y un será, y un es cansado.

En el hoy y mañana y ayer, junto
pañales y mortaja, y he quedado
presentes sucesiones de difunto.

viernes, 17 de abril de 2009

Poema - Salmo I de Francisco de Quevedo

Un nuevo corazón, un hombre nuevo
ha menester, Señor, el Alma mía:
desnúdame de mí, que ser podría
que a tu piedad pagase lo que debo.


Dudosos pies por ciega noche llevo,
que ya he llegado a aborrecer el día,
y temo que he de hallar la muerte fría
envuelta en (bien que dulce) mortal Cebo.


Tu imagen soy, tu hacienda propia he sido,
y si no es tu interés en mí, no creo
que otra cosa defiende mí partido.


Haz lo que pide el verme cual me veo,
no lo que pido yo: que de perdido,
aún no fío mi salud a mi deseo.

Poema - Salmo II de Francisco de Quevedo

¡Cuán fuera voy, Señor, de tu rebaño,
llevado del Antojo y gusto mío!
Llévame mi esperanza viento frío,
y a mí con ella disfrazado engaño.


Un año se me va tras otro año:
y yo más duro y pertinaz porfío
por mostrarme más verde mi Albedrío,
la torcida raíz de tanto daño.


Llámasme, gran Señor: nunca respondo.
Sin duda mi respuesta sólo aguardas,
pues tanto mi remedio solicitas.


Mas, ¡ay!, que sólo temo en Mar tan hondo,
que lo que en castigarme ahora aguardas,
doblando los castigos lo desquitas.

Poema - Salmo VI de Francisco de Quevedo

¡Que llegue a tanto ya la maldad mía!
Aun Tú te espantarás, que tanto sabes,
eterno Autor del día,
en cuya voluntad están las llaves
del cielo y de la tierra.
Como que, porque sé por experiencia
de la mucha clemencia
que en tu pecho se encierra,
que ayudas a cualquier necesitado,
tan ciego estoy a mi mortal enredo,
que no te oso llamar, Señor, de miedo
de que querrás sacarme de pecado.
¡Oh baja servidumbre:
que quiero que me queme y no me alumbre
la Luz que la da a todos!
¡Gran cautiverio es éste en que me veo!
¡Peligrosa batalla
mi voluntad me ofrece de mil modos!
No espero libertad, ni la deseo,
de miedo de alcanzalla.
¿Cuál infierno, Señor, mi Alma espera
mayor que aquesta sujeción tan fiera?

Poema - Salmo VII de Francisco de Quevedo

¿Dónde Pondré, Señor, mis tristes ojos
que no vea tu poder divino y santo?
Si al cielo los levanto,
del sol en los ardientes Rayos Rojos


te miro hacer asiento;
si al manto de la noche soñoliento,
leyes te veo poner a las estrellas;
si los bajo a las tiernas plantas bellas,


te veo pintar las flores;
si los vuelvo a mirar los pecadores
que tan sin rienda viven como vivo,


con Amor excesivo,
allí hallo tus brazos ocupados
más en sufrir que en castigar pecados.

Poema - Salmo IX de Francisco de Quevedo

Cuando me vuelvo atrás a ver los años
que han nevado la edad florida mía;
cuando miro las redes, los engaños
donde me vi algún día,
más me alegro de verme fuera dellos
que un tiempo me pesó de padecellos.
Pasa Veloz del mundo la figura,
y la muerte los pasos apresura;
la vida fugitiva nunca para,
ni el Tiempo vuelve atrás la anciana cara.
A llanto nace el hombre, y entre tanto
nace con el llanto
y todas las miserias una a una,
y sin saberlo empieza la Jornada
desde la primer cuna
a la postrera cama rehusada;
y las más veces, ¡oh, terrible caso!,
suele juntarlo todo un breve paso
y el necio que imagina que empezaba
el camino, le acaba.
¡Dichoso el que dispuesto ya a pasalle,
le empieza a andar con miedo de acaballe!
Sólo el necio mancebo,
que corona de flores la cabeza,
es el que solo empieza
siempre a vivir de nuevo.
¡Dichoso aquel que Vive de tal suerte
que el sale a recibir su misma muerte!

jueves, 16 de abril de 2009

Poema - Salmo X de Francisco de Quevedo

Trabajos dulces, dulces penas mías,
pasadas alegrías
que atormentáis ahora mi memoria,
dulce en un tiempo, sí, mas breve gloria
gozada en años y perdida en días;
tarde y sin fruto derramados llantos,
si sois castigo de los cielos santos,
con vosotros me alegro y me enriquezco,
porque sé de mí mismo que os merezco,
y me consuelo más que me lastimo;
mas, si regalos sois, más os estimo,
mirando que en el suelo,
sin merecerlo, me regala el cielo.
Perdí mi libertad, mi bien con ella:
no dejó en todo el cielo alguna Estrella
que no solicitase,
entre llantos, la voz de mi querella,
¡tanto sentí mirar que me dejase!
Mas ya, ver mi dolor, me he consolado
de haber mi bien perdido,
y en parte de perderle me he holgado,
por interés de haberle conocido.

Poema - Salmo XIV de Francisco de Quevedo

Perdióle a la razón el apetito
el debido respeto,
y es lo peor que piensa que el delito
tan grande, puede a Dios estar secreto,
cuya sabiduría
la oscuridad del corazón del hombre,
desde el cielo mayor, leerá más claro.
Yace esclava del cuerpo la alma mía,
tan olvidada ya del primer nombre
que hasta su perdición compra tan caro,
que no teme otra cosa
sino perder aquel estado infame,
que debiera temer tan solamente,
pues la razón más viva y más forzosa
que me consuela y fuerza a que la llame,
aunque no se arrepiente,
es que está ya tan fea,
lo mejor de la edad pasado y muerto,
que imagino por cierto
que se ha de arrepentir cuando se vea.
Sólo me da cuidado
ver que esta conversión tan prevenida
ha de venir a ser agradecida
más que a mi voluntad, a mi pecado;
pues ella no es tan buena
que desprecie por mala tanta pena,
y él es tan vil y de dolor tan lleno,
aunque muestra regalo,
que sólo tiene bueno
el dar conocimiento de que es malo.

Poema - Salmo XVI de Francisco de Quevedo

Ven ya, miedo de fuertes y de sabios:
irá la Alma indignada con gemido
debajo de las sombras, y el olvido
beberán por demás mis secos labios.


Por tal manera Curios, Decios, Fabios
fueron; por tal ha de ir cuanto ha nacido.
Si quieres ser a alguno bien venido,
trae con mi vida fin a mis agravios.


Esta lágrima ardiente, con que miro
el negro cerco que rodea a mis ojos,
naturaleza es, no sentimiento.


Con el aire primero este suspiro
empecé, y hoy le acaban mis enojos,
porque me deba todo al monumento.

Poema - Salmo XVII de Francisco de Quevedo

Miré los muros de la Patria mía,
si un tiempo fuertes, ya desmoronados,
de larga edad y de vejez cansados,
dando obediencia al tiempo en muerte fría.


Salíme al campo y vi que el sol bebía
los arroyos del hielo desatados,
y del monte quejosos los ganados,
porque en sus sombras dio licencia al día.


Entré en mi casa y vi que, de cansada,
se entregaba a los años por despojos.
Hallé mi espada de la misma suerte;


mi vestidura, de servir gastada;
y no hallé cosa en que poner los ojos
donde no viese imagen de mi muerte.

Poema - Salmo XVIII de Francisco de Quevedo

Todo tras sí lo lleva el año breve
de la vida mortal, burlando el brío
al Acero valiente, al mármol frío,
que contra el tiempo su dureza atreve.


Aún no ha nacido el Pie cuando se mueve
camino de la Muerte, donde envío
mi vida oscura: pobre y turbio Río
que negro Mar con altas ondas bebe.


Cada corto momento es paso largo
que doy a mi pesar en tal jornada,
pues parado y durmiendo siempre aguijo.


Corto suspiro, último y amargo,
es la muerte forzosa y heredada;
mas si es ley y no pena, ¿qué me aflijo?

miércoles, 15 de abril de 2009

Poema - Salmo XIX de Francisco de Quevedo

¡Cómo de entre mis manos te resbalas!
¡Oh, cómo te deslizas, Vida mía!
¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría,
pues con callado pie todo lo igualas!


Ya cuelgan de mi muro tus escalas,
y es tu puerta mayor mi cobardía;
por vida nueva tengo cada día,
que el tiempo cano nace entre las alas.


¡Oh mortal condición! ¡Oh dura suerte!
¡Que no puedo querer ver la mañana
sin temor de si quiero ver mi muerte!


Cualquier instante de la vida humana
es un nuevo argumento que me advierte
cuán frágil es, cuán mísera, y cuán vana.

Poema - Salmo XXI de Francisco de Quevedo

Las Aves que, rompiendo el seno a Eolo,
vuelan campos Diáfanos ligeras;
moradoras del Bosque, incultas fieras,
sujetó tu piedad al hombre sólo.


La Hermosa lumbre del lozano Apolo
y el grande cerco de las once esferas
le sujetaste, haciendo en mil maneras
círculo firme en contrapuesto Polo.


Los elementos que dejaste asidos
con un brazo de Paz y otro de guerra,
la negra habitación del hondo abismo,


todo lo sujetaste a sus sentidos;
sujetaste al hombre Tú en la tierra,
y huye de sujetarse él a sí mismo.

Poema - Salmo XXII de Francisco de Quevedo

Pues le quieres hacer el monumento
en mis entrañas a tu cuerpo amado,
limpia, suma limpieza, de pecado,
por tu gloria y mi bien, el aposento.


Si no, retratarás tu nacimiento,
pues entrado en mi pecho disfrazado,
te verán en Pesebre acompañado
de brutos Apetitos que en mí siento.


Hoy te entierras en mí con propia mano,
que soy sepulcro, aunque a tu ser estrecho,
indigno de tu cuerpo soberano.


Tierra te cubre en mí, de tierra hecho;
la conciencia me presta su gusano;
mármol para cubrirte dé mi pecho.

Poema - Salmo XXIII de Francisco de Quevedo

¿Alégrate, Señor, el Ruido ronco
deste Recibimiento que miramos?
Pues mira que hoy, mi Dios, te dan los Ramos
por darte el Viernes más desnudo el tronco.


Hoy te reciben con los Ramos bellos;
aplauso sospechoso, si se advierte;
pues de aquí a poco, para darte muerte,
te irán con armas a buscar entre ellos.


Y porque la malicia más se arguya
de nación a su Propio Rey tirana,
hoy te ofrecen sus capas, y mañana
suertes verás echar sobre la tuya.

Poema - Salmo XXVI de Francisco de Quevedo

Después de tantos ratos mal gastados,
tantas obscuras noches mal dormidas;
después de tantas quejas repetidas,
tantos suspiros tristes derramados;


Después de tantos gustos mal logrados
y tantas Justas penas merecidas;
después de tantas lágrimas perdidas
y tantos pasos sin concierto dados,


Sólo se queda entre las manos mías
de un engaño tan vil conocimiento,
acompañado de esperanzas frías.


Y vengo a conocer que en el contento
del mundo, compra el Alma en tales días,
con gran trabajo, su arrepentimiento.

domingo, 12 de abril de 2009

Poema - Signifícase la propia brevedad de la vida, sin pensar, y con padecer, salteada de la muerte de Francisco de Quevedo

sueno de mujer dormida
Fue sueño ayer; mañana será tierra.
Poco antes, nada; y poco después, humo.
Y destino ambiciones, y presumo
apenas punto al cerco que me cierra.

Breve combate de importuna guerra,
en mi defensa, soy peligro sumo;
y mientras con mis armas me consumo,
menos me hospeda el cuerpo que me entierra.

Ya no es ayer; mañana no ha llegado;
hoy pasa, y es, y fue, con movimiento
que a la muerte me lleva despeñado.

Azadas son la hora y el momento
que, a jornal de mi pena y mi cuidado,
cavan en mi vivir mi monumento.

Poema - A Celestina de Francisco de Quevedo

Yace en esta tierra fría,
Digna de toda crianza,
La vieja cuya alabanza
Tantas plumas merecía.


No quiso en el cielo entrar
A gozar de las estrellas,
Por no estar entre doncellas
Que no pudiese manchar.

Poema - A los huesos de un rey de Francisco de Quevedo

Estas que veis aquí pobres y escuras
ruinas desconocidas,
pues aun no dan señal de lo que fueron;
estas piadosas piedras más que duras,
pues del tiempo vencidas,
borradas de la edad, enmudecieron
letras en donde el caminante, junto,
leyó y pisó soberbias del difunto;
estos güesos, sin orden derramados,
que en polvo hazañas de la muerte escriben,
ellos fueron un tiempo venerados
en todo el cerco que los hombres viven.
Tuvo cetro temido
la mano, que aun no muestra haberlo sido;
sentidos y potencias habitaron
la cavidad que ves sola y desierta;
su seso altos negocios fatigaron;
¡y verla agora abierta,
palacio, cuando mucho, ciego y vano
para la ociosidad de vil gusano!
Y si tan bajo huésped no tuviere,
horror tendrá que dar al que la viere.
¡Oh muerte, cuánto mengua en tu medida
la gloria mentirosa de la vida!
Quien no cupo en la tierra al habitalla,
se busca en siete pies y no se halla.
Y hoy, al que pisó el oro por perderle,
mal agüero es pisarle, miedo verle.
Tú confiesas, severa, solamente
cuánto los reyes son, cuánto la gente.
No hay grandeza, hermosura, fuerza o arte
que se atreva a engañarte.
Mira esta majestad, que persuadida
tuvo a la eternidad la breve vida,
cómo aquí, en tu presencia,
hace en su confesión la penitencia.
Muere en ti todo cuanto se recibe,
y solamente en ti la verdad vive:
que el oro lisonjero siempre engaña,
alevoso tirano, al que acompaña.
¡Cuántos que en este mundo dieron leyes,
perdidos de sus altos monumentos,
entre surcos arados de los bueyes
se ven, y aquellas púrpuras que fueron!
Mirad aquí el terror a quien sirvieron:
respetó el mundo necio
lo que cubre la tierra con desprecio.
Ved el rincón estrecho que vivía
la alma en prisión obscura, y de la muerte
la piedad, si se advierte,
pues es merced la libertad que envía.
Id, pues, hombres mortales;
id, y dejaos llevar de la grandeza;
y émulos a los tronos celestiales,
vuestra naturaleza
desconoced, dad crédito al tesoro,
fundad vuestras soberbias en el oro;
cuéstele vuestra gula desbocada
su pueblo al mar, su habitación al viento.
Para vuestro contento
no críe el cielo cosa reservada,
y las armas continuas, por hacerlas
famosas y por gloria de vestirlas,
os maten más soldados con sufrirlas,
que enemigos después con padecerlas.
Solicitad los mares
para que no os escondan los lugares,
en donde, procelosos,
amparan la inocencia
de vuestra peregrina diligencia,
en parte religiosos.
Tierra que oro posea,
sin más razón, vuestra enemiga sea.
No sepan los dos polos playa alguna
que no os parle por ruegos la Fortuna.
Sirva la libertad de las naciones
al título ambicioso en los blasones;
que la muerte, advertida y veladora,
y recordada en el mayor olvido,
traída de la hora,
presta vendrá con paso enmudecido
y, herencia de gusanos,
hará la posesión de los tiranos.
Vivo en muerte lo muestra
este que frenó el mundo con la diestra;
acuérdase de todos su memoria;
ni por respeto dejará la gloria
de los reyes tiranos,
ni menos por desprecio a los villanos.
¡Qué no está predicando
aquel que tanto fue, y agora apenas
defiende la memoria de haber sido,
y en nuevas formas va peregrinando
del alta majestad que tuvo ajenas!
Reina en ti propio, tú que reinar quieres,
pues provincia mayor que el mundo eres.

Poema - A un avariento de Francisco de Quevedo

En aqueste enterramiento
Humilde, pobre y mezquino,
Yace envuelto en oro fino
Un hombre rico avariento.


Murió con cien mil dolores
Sin poderlo remediar,
Tan sólo por no gastar
Ni aun gasta malos humores.

Poema - A un bostezo de Floris de Quevedo

Bostezó Floris, y su mano hermosa,
Cortésmente tirana y religiosa,
Tres cruces de sus dedos celestiales
Engastó en perlas y cerró en corales,
Crucificando en labios carmesíes,
O en puertas de rubíes,
Sus dedos de jazmín y casta rosa.


Yo, que alumbradas de sus vivas luces
Sobre claveles rojos vi tres Cruces,
Hurtar quise el engaste de una de ellas,
Por ver si mi delito o mi fortuna,
Por mal o buen Ladrón, me diera una;
Y fuera buen Ladrón, robando Estrellas.


Mas no pudiendo hurtarlas,
Y mereciendo apenas adorarlas,
Divino Humilladero
De toda libertad, dije, «Yo muero,
Si no en Cruces, por ellas, donde veo
Morir virgen y mártir mi deseo».

sábado, 11 de abril de 2009

Poema - A un cristiano nuevo de Quevedo

Aquí yace Mosén Diego,
A Santo Antón tan vecino
Que huyendo de su cochino
Vino a parar en su fuego.

Poema - A un médico de Francisco de Quevedo

Yacen de un home en esta piedra dura
El cuerpo yermo y las cenizas frías:
Médico fue, cuchillo de natura,
Causa de todas las riquezas mías.


Y ahora cierro en honda sepultura
Los miembros que rigió por largos días;
Y aun con ser Muerte yo, no se la diera,
Si dél para matarle no aprendiera.

Poema - A un ramo que desgajó con el peso de su fruta de Francisco de Quevedo

De tu peso vencido,
verde honor del verano,
yaces en este llano
del tronco antiguo y noble desasido.
Dando venganza estás de ti a los vientos,
cuyas líquidas iras despreciabas,
cuando de ellos con ellas murmurabas,
imitando a mis quejas los acentos.
Humilde agora entre las yerbas suenas,
cosa que de tu altura
nunca temer pudieron las arenas;
y ofendida del tiempo tu hermosura,
ocupa en la ribera
el lugar que ocupó tu propia sombra.
Menos gastos tendrá la primavera
en vestir este valle
después que faltas a su verde alfombra.
¿Qué hará el jilguero dulce cuando halle
su patria con tus hojas en el suelo?
¿Y la parlera fuente,
que aun ignorante de prisión de yelo,
exenta de la sed del sol corría?
Sin duda llorará con su corriente
la licencia que has dado en ella al día.
Tendrá un retrato menos
Pisuerga que mostrar al caminante
en sus cristales puros.
Cualquier pájaro amante
desiertos dejará tus brazos duros,
y vengo a poner duda
si, para que te habite en llanto tierno,
a la tórtola basta el ser vïuda.
Y porque tengo miedo que el invierno
pondrá necesidad a algún villano,
tal, que se atreva con ingrata mano
a encomendarte al fuego,
yo te quiero llevar a mi cabaña,
por lo que mi cansancio, estando ciego,
a tu sombra le debe.
Descansarás el báculo de caña
con que mi vida tristes años mueve;
y ojalá que yo fuera
rey, como soy pastor de la ribera,
que, cetro antes que báculo cansado,
no canas sustentaras, sino estado.

Poema - A una mujer flaca deFrancisco de Quevedo

No os espantéis, señora Notomía,
Que me atreva este día,
Con exprimida voz convaleciente,
A cantar vuestras partes a la gente:
Que de hombres es en casos importantes
El caer en flaquezas semejantes.


Cantó la pulga Ovidio, honor Romano,
Y la mosca Luciano,
De las ranas Homero; yo confieso
Que ellos cantaron cosas de más peso:
Yo escribiré con pluma más delgada
Materia más sutil y delicada.


Quien tan sin carne os viere, si no es ciego,
Yo sé que dirá luego,
Mirando en vos más puntas que en rastrillo,
Que os engendró algún miércoles Corvillo;
Y quien pez os llamó, no desatina,
Viendo que tras ser negra, sois espina.


Dios os defienda, dama, lo primero,
De sastre o zapatero,
Pues por punzón o alesna es caso llano
Que cada cual os cerrara en la mano;
Aunque yo pienso que por mil razones
Tenéis por alma un viernes con ciciones.


Mirad que miente vuestro amigo, dama,
Cuando «Mi carne» os llama,
Que no podéis jamás en carnes veros,
Aunque para ello os desnudéis en cueros;
Mas yo sé bien que quedan en la calle
Picados más de dos de vuestro talle.


Bien sé que apasionáis los corazones,
Porque dais más pasiones
Que tienen diez Cuaresmas con la cara,
Que Amor hiere con vos como con jara;
Que si va por lo flaco, tenéis voto
De que sois más sutil que lo fue Scoto.


Y aunque estáis tan angosta, flaca mía,
Tan estrecha y tan fría,
Tan mondada y enjuta y tan delgada,
Tan roída, exprimida y destilada,
Estrechamente os amaré con brío,
Que es amor de raíz el amor mío.


Aun la sarna no os come con su gula,
Y sola tenéis Bula
Para no sustentar cosas vivientes;
Por sólo ser de hueso tenéis dientes,
Y de acostarse ya en partes tan duras,
Vuestra alma diz que tiene mataduras.


Hijos somos de Adán en este suelo,
La Nada es nuestro abuelo,
Y salístele vos tan parecida
Que apenas fuisteis algo en esta vida.
De ser sombra os defiende no el donaire,
Sino la voz, y aqueso es cosa de aire.


De los tres enemigos que hay del alma
Llevárades la palma,
Y con valor y pruebas excelentes
Los venciérades vos entre las gentes,
Si por dejar la carne de que hablo,
El mundo no os tuviera por el diablo.


Díjome una mujer por cosa cierta,
Que nunca vuestra puerta
Os pudo un punto dilatar la entrada
Por causa de hallarla muy cerrada,
Pues por no deteneros aun llamando,
Por los resquicios os entráis volando.


Con mujer tan aguda y amolada,
Consumida, estrujada,
Sutil, dura, büida, magra y fiera,
Que ha menester, por no picar, contera,
No me entremeto: que si llego al toque,
Conocerá de mí el señor San Roque.


Con vos cuando muráis tras tanta guerra,
Segura está la tierra
Que no sacará el vientre de mal año;
Y pues habéis de ir flaca en modo extraño
(Sisándole las ancas y la panza)
Os podrán enterrar en una lanza.


Sólo os pido, por vuestro beneficio,
Que el día del juicio
Troquéis con otro muerto en las cavernas
Esas devanaderas y esas piernas,
Que si salís con huesos tan mondados,
Temo que haréis reír los condenados.


Salvaros vos tras esto es cosa cierta,
Dama, después de muerta,
Y tiénenlo por cosa muy sabida
Los que ven cuán estrecha es vuestra vida;
Y así, que os vendrá al justo, se sospecha,
Camino tan angosto y cuenta estrecha.


Canción, ved que es forzosa
Que os venga a vos muy ancha cualquier cosa:
Parad, pues es negocio averiguado
Que siempre quiebra por lo más delgado.

Poema - A una vieja que traía una muerte de oro de Quevedo

A Celestina

No sé a cuál crea de los dos,
Viéndoos, Ana, cual os veis:
Si vos la muerte traéis,
O si os trae la muerte a vos.


Queredme la muerte dar
Por que mis males remate:
Que en mí tiene hambre que mate
Y en vos no hay ya qué matar.

viernes, 10 de abril de 2009

Poema - Abomina el abuso de la gala de los disciplinantes de Francisco de Quevedo

Deja la procesión, súbete al paso,
Íñigo; toma puesto en la coluna,
pues va azotando a Dios tu propio paso.


Las galas que se quitan sol y luna
te vistes, y, vilísimo gusano,
afrentas las estrellas una a una.


El hábito sacrílego y profano
en el rostro de Cristo juntar quieres
ron la infame saliva y con la mano.


Con tu sangre le escupes y le hieres;
con el beso de Judas haces liga,
y por escarnecer su muerte, mueres.


No es acción de piedad, sino enemiga,
a sangre y fuego perseguir a Cristo,
y quieres que tu pompa se lo diga.


No fue de los demonios tan bienquisto
el que le desnudó para azotalle,
como en tu cuerpo el traje que hemos visto,


pues menos de cristiano que de talle,
preciado con tu sangre malhechora,
la suya azotas hoy de calle en calle.


El sayón que de púrpura colora
sus miembros soberanos te dejara
el vil oficio, si te viera agora.


Él, mas no Jesucristo, descansara,
pues mudara verdugo solamente,
que más festivamente le azotara.


El bulto del sayón es más clemente:
él amaga el azote levantado,
tú le ejecutas, y el Señor le siente.


Menos vienes galán que condenado,
pues de la Cruz gracejas con desprecio,
bailarín y Narciso del pecado.


En tu espalda le hieres tú más recio
que el ministro en las suyas, y contigo
comparado, se muestra menos necio.


Él es de Dios, mas no de sí enemigo;
tú de Dios y de ti, pues te maltratas,
teniendo todo el cielo por castigo.


Vestido de ademanes y bravatas,
nueva afrenta te añades a la historia
de la pasión de Cristo, que dilatas.


¿No ves que solamente la memoria
de aquella sangre en que la Virgen pura
hospedó los imperios de la gloria,


el cerco de la Cruz en sombra obscura
desmaya la viveza de su llama
y apaga de la luna la hermosura?


La noche por los cielos se derrama,
vistiendo largo luto al firmamento;
el fuego llora, el Oceano brama,


gime y suspira racional el viento,
y, a falta de afligidos corazones,
los duros montes hacen sentimiento.


Y tú, cuyos delitos y traiciones
causan este dolor, das parabienes
de su misma maldad a los sayones.


Recelo que a pedir albricias vienes
desta fiereza al pueblo endurecido,
preciado de visajes y vaivenes.


Más te valiera nunca haber nacido
que aplaudir los tormentos del Cordero,
de quien te vemos lobo, no valido.


La habilidad del diablo considero
en hacer que requiebre con la llaga,
y por bien azotado, un caballero;


y en ver que el alma entera aquél le paga,
que capirote y túnica le aprueba,
mientras viene quien más cadera haga.


Y es invención de condenarse nueva
llevar la penitencia del delito
al mismo infierno que el delito lleva.


Desaliñado llaman al contrito,
pícaro al penitente y al devoto,
y sólo tiene séquito el maldito.


Dieron crédito al ruido y terremoto
los muertos, y salieron lastimados;
y cuando el templo ve su velo roto,


el velo, en que nos muestras tus pecados
transparentes, se borda y atavía,
de la insolencia pública preciados.


Considera que llega el postrer día
en que de este cadáver, que engalanas,
con asco y miedo, la alma se desvía;


y que de las cenizas que profanas,
subes al tribunal, que no recibe
en cuenta calidad y excusas vanas.


Allí verás cómo tu sangre escribe
proceso criminal contra tu vida,
donde es fiscal Verdad, que siempre vive.


Hallarás tu conciencia prevenida
del grito a que cerraste las orejas,
cuando en tu pecho predicó escondida.


Los suspiros, las ansias y las quejas
abrirán contra ti la negra boca
por el llanto de Cristo, que festejas.


¿Con qué [razón] podrá tu frente loca
invocar los azotes del Cordero,
si de ellos grande número te toca?


A los que Cristo recibió primero,
juntos verás los que después le diste
en competencia del ministro fiero.


A su Madre Santísima añadiste
el octava dolor, y en sus entrañas
cuchillo cada abrojo tuyo hiciste.


Acusaránte abiertas las montañas,
las piedras rotas, y a tan gran porfía
atenderán las furias más extrañas.


Y presto sobre ti verás el día
de Dios, y en tu castigo el desengaño
de tan facinorosa hipocresía.


La justicia de Dios reinará un año,
y en dos casas verás tus disparates
llorar su pena o padecer su daño.


Cristiano y malo, irás a los orates;
al Santo Oficio irás, si no lo fueres,
porque si no te enmiendas, te recates.


Y, crüenta oblación de las mujeres,
vivirás sacrificio de unos ojos
que te estiman, al paso que te hieres
y te llevan el alma por despojos.

Poema - Al sueño de Francisco de Quevedo

¿Con qué culpa tan grave,
sueño blando y suave,
pude en largo destierro merecerte
que se aparte de mí tu olvidAlineación al centroo manso?
Pues no te busco yo por ser descanso,
sino por muda imagen de la muerte.
Cuidados veladores
hacen inobedientes mis dos ojos
a la ley de las horas;
no han podido vencer a mis dolores
las noches, ni dar paz a mis enojos.
Madrugan más en mí que en las auroras
lágrimas a este llano;
que amanece a mí mal siempre temprano.
y tanto, que persuade la tristeza
a mis dos ojos, que nacieron antes
para llorar que para ver. Tú, sueño,
de sosiego los tienes ignorantes,
de tal manera, que al morir el día
con luz enferma vi que permitía
el sol que le mirasen en poniente.
Con pies torpes al punto, ciega y fría,
cayó de las estrellas blandamente
la noche, tras las pardas sombras mudas,
que el sueño persuadieron a la gente.
Escondieron las galas a los prados
y quedaron desnudas
estas laderas, y sus peñas, solas;
duermen ya entre sus montes recostados
los mares y las olas.
si con algún acento
ofenden las orejas,
es que entre sueños dan al cielo quejas
del yerto lecho y duro acogimiento,
que blandos hallan en los cerros duros.
Los arroyuelos puros
se adormecen al son del llanto mío,
y a su modo también se duerme al río.
Con sosiego agradable
se dejan poseer de ti las flores;
mudos están los males,
no hay cuidado que hable,
faltan lenguas y voz a los dolores,
y en todos los mortales
yace la vida envuelta en alto olvido.
Tan sólo mi gemido
pierde el respeto a tu silencio santo:
yo tu quietud molesto con mi llanto,
y te desacredito
el nombre de callado, con mi grito.
Dame, cortés mancebo, algún reposo:
no seas digno del nombre de avariento
en el más desdichado y firme amante
que lo merece ser por dueño hermoso.
Débate alguna pausa mi tormento.
Gózante en las cabañas
y debajo del cielo
los ásperos villanos;
hállate en el rigor de los pantanos
y encuéntrate en las nieves y en el hielo
el soldado valiente
y yo no puedo hallarte, aunque lo intente,
entre mi pensamiento y mi deseo
Ya, pues, con dolor creo
que eres más riguroso que la tierra.
Más duro que la roca,
pues te alcanza el soldado envuelto en guerra,
y en ella mi alma por jamás te toca.
Mira que es gran rigor: dame siquiera
lo que de ti desprecia tanto avaro,
por el oro en que alegre considera,
hasta que da la vuelta el tiempo claro;
lo que había de dormir en blando lecho
y da el enamorado en su señora,
y a ti se te debía de derecho.
Dame lo que desprecia de ti agora
por robar el ladrón; lo que desecha
el que envidiosos celos tuvo y llora.
Quede en parte mi queja satisfecha,
tócame con el cuento de tu vara;
oirán siquiera el ruido de tus plumas
mis desventuras sumas;
que yo no quiero verte cara a cara,
ni que hagas más caso
de mí, que hasta pasar por mi de paso;
o que a tu sombra negra por lo menos,
si fueses a otra parte peregrino,
se le haga camino
por estos ojos de sosiego ajenos;
quítame, blando sueño, este desvelo,
o de él alguna parte,
y te prometo, mientras viere el cielo
de desvelarme sólo en celebrarte.

Poema - Canción Fúnebre de Quevedo

A Celestina

Miré ligera Nave,
Que con alas de lino en presto vuelo
Por el aire süave
Iba segura del rigor del Cielo,
Y de tormenta grave.
En los Golfos del Mar el Sol nadaba
Y en sus ondas temblaba;
Y ella, preñada de riquezas sumas,
Rompiendo sus cristales,
Le argentaba de espumas,
Cuando en furor iguales,
En sus velas los vientos se entregaron.
Y dando en un bajío,
Sus leños desató su mismo brío,
Que de escarmientos todo el Mar poblaron,
Dejando de su pérdida en memoria
Rotas jarcias, parleras de su historia.


En un hermoso prado
Verde Laurel reinaba presumido,
De pájaros poblado
Que, cantando, robaban el sentido
Al Argos del cuidado.
De verse con su adorno tan galana
La Tierra estaba ufana,
Y en aura blanda la adulaba el viento,
Cuando una nube fría
Hurtó en breve momento
A mis ojos el día;
Y arrojando del seno un duro rayo,
Tocó la Planta bella
Y juntamente derribó con ella
Toda la gala, Primavera y Mayo.
Quedó el suelo de verde honor robado,
Y vio en cenizas su soberbia el prado.


Vi, con pródiga vena
De parlero cristal, un Arroyuelo
Jugando con la arena,
Y enamorando de su risa al Cielo.
A la margen amena,
Una vez murmurando, otra corriendo,
Estaba entreteniendo;
Espejo guarnecido de esmeralda
Me pareció, al miralle,
Del prado, la guirnalda,
Mas abrióse en el valle
Una envidiosa cueva de repente;
Enmudeció el Arroyo,
Creció la oscuridad del negro hoyo,
Y sepultó recién nacida fuente,
Cuya corriente breve restauraron
Ojos, que de piadosos la lloraron.


Un pintado Jilguero,
Más ramillete que ave parecía;
Con pico lisonjero
Cantor del Alba, que despierta al día;
Dulce cuanto parlero
Su libertad alegre celebraba,
Y la paz que gozaba,
Cuando en un verde y apacible ramo,
Codicioso de sombra,
Que sobre varia alfombra
Le prometió un reclamo,
Manchadas con la liga vi sus galas;
Y de enemigos brazos
En largas redes, en nudosos lazos,
Presa la ligereza de sus alas,
Mudando el dulce, no aprendido canto,
En lastimero son, en triste llanto.


Nave tomó ya puerto;
Laurel se ve en el Cielo trasplantado,
Y de él teje corona;
Fuente, hoy más pura, a la de Gracia corre
Desde aqueste desierto;
Y pájaro, con tono regalado,
Serafín pisa ya la mejor zona,
Sin que tan alto nido nadie borre.
Así que el que a don Luis llora no sabe
Que, Pájaro, Laurel y Fuente y Nave
Tiene en el Cielo, donde fue escogido,
Flores y Curso largo y Puerto y Nido.

Poema - De Dafne y Apolo de Quevedo

Delante del Sol venía
Corriendo Dafne, doncella
De extremada gallardía,
Y en ir delante tan bella,
Nueva Aurora parecía.


Cansado más de cansalla
Que de cansarse a sí Febo,
A la amorosa batalla
Quiso dar principio nuevo,
Para mejor alcanzalla.


Mas viéndola tan cruel,
Dio mil gritos doloridos,
Contento el amante fiel
De que alcancen sus oídos
Las voces, ya que no él.


Mas envidioso de ver
Que han de gozar gloria nueva
Las palabras en su ser,
Con el viento que las lleva
Quiso parejas correr.


Pero su padre, celoso,
En su curso cristalino
Tras ella corrió furioso,
Y en medio de su camino
Los atajó sonoroso.


El Sol corre por seguilla,
Por huir corre la estrella;
Corre el llanto por no vella,
Corre el aire por oílla,
Y el río por socorrella.


Atrás los deja arrogante,
Y a su enamorado más,
Que ya, por llevar triunfante
Su honestidad adelante,
A todos los deja atrás.


Mas viendo su movimiento,
Dio las razones que canto,
Con dolor y sin aliento,
Primero al correr del llanto
Y luego al volar del viento:


«Di, ¿por qué mi dolor creces
Huyendo tanto de mí
En la muerte que me ofreces?
Si el Sol y luz aborreces,
Huye tú misma de ti.


»No corras más, Dafne fiera,
Que en verte huir furiosa
De mí, que alumbro la Esfera,
Si no fueras tan hermosa,
Por la noche te tuviera.


»Ojos que en esa beldad
Alumbráis con luces bellas
Su rostro y su crueldad,
Pues que Sois los dos estrellas,
Al Sol que os mira, mirad.


»¡En mi triste padecer
Y en mi encendido querer,
Dafne bella, no sé cómo
Con tantas flechas de plomo
Puedes tan veloz correr!


»Ya todo mi bien perdí;
Ya se acabaron mis bienes;
Pues hoy corriendo tras ti,
Aun mi corazón, que tienes,
Alas te da contra mí.»


A su oreja esta razón,
Y a sus vestidos su mano,
Y de Dafne la oración,
A Júpiter soberano
Llegaron a una sazón.


Sus plantas en sola una
De lauro se convirtieron;
Los dos brazos le crecieron,
Quejándose a la Fortuna
Con el ruido que hicieron.


Escondióse en la corteza
La nieve del pecho helado,
Y la flor de su belleza
Dejó en la flor un traslado
Que al lauro presta riqueza.


De la rubia cabellera
Que floreció tantos mayos,
Antes que se convirtiera,
Hebras tomó el Sol por rayos,
Con que hoy alumbra la esfera.


Con mil abrazos ardientes,
Ciñó el tronco el Sol, y luego,
Con las memorias presentes,
Los rayos de luz y fuego
Desató en amargas fuentes.


Con un honesto temblor,
Por rehusar sus abrazos,
Se quejó de su rigor,
Y aun quiso inclinar los brazos,
Por estorbarlos mejor.


El aire desenvolvía
Sus hojas, y no hallando
Las hebras que ver solía,
Tristemente murmurando
Entre las ramas corría.


El río, que esto miró,
Movido a piedad y llanto,
Con sus lágrimas creció,
Y a besar el pie llegó
Del árbol divino y santo.


Y viendo caso tan tierno,
Digno de renombre eterno,
La reservó en aquel llano,
De sus rayos el Verano,
Y de su hielo el Invierno.

Poema - Chitón de Francisco de Quevedo

Santo silencio profeso:
No quiero, amigos, hablar;
Pues vemos que por callar,
A nadie se hizo proceso.
Ya es tiempo de tener seso:
Bailen los otros al son,
Chitón.


Que piquen con buen concierto
Al caballo más altivo
Picadores, si está vivo,
Pasteleros, si está muerto;
Que con hojaldre cubierto
Nos den un pastel frisón,
Chitón.


Que por buscar pareceres
Revuelvan muy desvelados
Los Bártulos los Letrados,
Los Abades sus mujeres.
Si en los Estrados las vieres
Que ganan más que el varón,
Chitón.

Que trague el otro jumento
Por doncella una Sirena
Más catada que colmena,
Más probada que argumento;
Que llame estrecho aposento
Donde se entró de rondón,
Chitón.


Que pretenda el maridillo
De puro valiente y bravo,
Ser en una escuadra cabo,
Siendo cabo de cuchillo;
Que le vendan el membrillo
Que tiralle era razón,
Chitón.

Que duelos nunca le falten
Al Sastre que chupan brujas;
Que le salten las agujas
Y a su mujer se las salten;
Que sus dedales esmalten
Un doblón y otro doblón,
Chitón.


Que el letrado venga a ser
Rico con su mujer bella,
Más por buen parecer de ella
Que por su buen parecer,
Y que por bien parecer
Traiga barba de cabrón,
Chitón.


Que tonos a sus galanes
Cante Juanilla estafando,
Porque ya piden cantando
Las niñas, como Alemanes;
Que en tono, haciendo ademanes,
Pidan sin ton y sin son,
Chitón.


Mujer hay en el lugar
Que a mil coches, por gozallos,
Echará cuatro caballos,
Que los sabe bien echar.
Yo sé quien manda salar
Su coche como jamón,
Chitón.


Que pida una y otra vez,
Fingiendo virgen el alma,
La tierna doncella palma,
Y es dátil su doncellez;
Y que lo apruebe el juez
Por la sangre de un Pichón,
Chitón.

jueves, 9 de abril de 2009

Poema - La pobreza. El dinero de Francisco de Quevedo

Pues amarga la verdad,
Quiero echarla de la boca;
Y si al alma su hiel toca,
Esconderla es necedad.
Sépase, pues libertad
Ha engendrado en mi pereza
La Pobreza.


¿Quién hace al tuerto galán
Y prudente al sin consejo?
¿Quién al avariento viejo
Le sirve de Río Jordán?
¿Quién hace de piedras pan,
Sin ser el Dios verdadero
El Dinero.


¿Quién con su fiereza espanta
El Cetro y Corona al Rey?
¿Quién, careciendo de ley,
Merece nombre de Santa?
¿Quién con la humildad levanta
A los cielos la cabeza?
La Pobreza.


¿Quién los jueces con pasión,
Sin ser ungüento, hace humanos,
Pues untándolos las manos
Los ablanda el corazón?
¿Quién gasta su opilación
Con oro y no con acero?
El Dinero.


¿Quién procura que se aleje
Del suelo la gloria vana?
¿Quién siendo toda Cristiana,
Tiene la cara de hereje?
¿Quién hace que al hombre aqueje
El desprecio y la tristeza?
La Pobreza.


¿Quién la Montaña derriba
Al Valle; la Hermosa al feo?
¿Quién podrá cuanto el deseo,
Aunque imposible, conciba?
¿Y quién lo de abajo arriba
Vuelve en el mundo ligero?
El Dinero.

Poema - Mas no ha de salir de aquí de Francisco de Quevedo

Yo, que nunca sé callar,
Y sólo tengo por mengua
No vaciarme por la lengua
Y el morirme por hablar,
A todos quiero contar
Cierto secreto que oí,
Mas no ha de salir de aquí.


Mediquillo se consiente
Que al que enferma y va a curallo,
Yendo a mula, va a caballo,
Y por la posta el doliente.
Y viéndole tan valiente,
Llámanle el Doctor Sofí,
Mas no ha de salir de aquí.


Mandádose ha pregonar
Que digan, midiendo cueros,
«¡Agua va!» los taberneros,
Como mozas de fregar,
Que dejen el bautizar
A los Curas de Madrí,
Mas no ha de salir de aquí.


Dicen, y es bellaquería,
Que hay pocos cogotes salvos
Y que, según hay de calvos
Que como hay zapatería,
Ha de haber cabellería
Para poblarlos allí,
Mas no ha de salir de aquí.


Los perritos regalados
Que a pasteleros se llegan,
Si con ellos veis que juegan,
Ellos quedarán picados,
Habrá estómagos ladrados
Si comen lo que comí,
Mas no ha de salir de aquí.


Madre diz que hay caracol
Que su casa trae a cuestas,
Y los Domingos y fiestas
Saca sus hijas al Sol.
La vieja es el facistol,
Las niñas solfean por sí,
Mas no ha de salir de aquí.


Yo conozco Caballero
Que entinta el cabello en vano,
Y por no parecer cano,
Quiere parecer tintero;
Y siendo nieve de Enero,
De Mayo se hace alhelí,
Mas no ha de salir de aquí.


Invisible viene a ser
Por su pluma y por su mano
Cualquier maldito escribano,
Pues nadie los puede ver.
Culpas le dan de comer:
Al diablo sucede así.
Mas no ha de salir de aquí.


Maridillo hay que retrata
Los cuchillos verdaderos,
Que al principio tiene aceros
Y al cabo en cuerno remata;
Mas su mujer de hilar trata
El cerro de Potosí.
Mas no ha de salir de aquí.


Y afirman en conclusión
De los oficios que canto
Que ya no hay oficio santo
Sino el de la Inquisición.
Quien no es ladrillo es ladrón,
Toda mi vida lo oí,
Mas no ha de salir de aquí.

Poema - Poderoso caballero es Don Dinero de Francisco de Quevedo

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
De continuo anda amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Nace en las Indias honrado,
Donde el Mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Es galán, y es como un oro,
Tiene quebrado el color,
Persona de gran valor,
Tan Cristiano como Moro.
Pues que da y quita el decoro
Y quebranta cualquier fuero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al duque y al ganadero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Mas ¿a quién no maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo menos de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Pero pues da al bajo silla
Y al cobarde hace guerrero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Sus escudos de Armas nobles
Son siempre tan principales,
Que sin sus Escudos Reales
No hay Escudos de armas dobles.
Y pues a los mismos robles
Da codicia su minero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Por importar en los tratos
Y dar tan buenos consejos,
En las Casas de los viejos
Gatos le guardan de gatos.
Y pues él rompe recatos
Y ablanda al juez más severo,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Y es tanta su majestad
(Aunque son sus duelos hartos),
Que con haberle hecho cuartos,
No pierde su autoridad.
Pero pues da calidad
Al noble y al pordiosero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Nunca vi Damas ingratas
A su gusto y afición,
Que a las caras de un doblón
Hacen sus caras baratas.
Y pues las hace bravatas
Desde una bolsa de cuero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.


Más valen en cualquier tierra,
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Y pues al pobre le entierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso Caballero
Es don Dinero.

Poema - Todas ponemos de Quevedo

Sabed, vecinas,
Que mujeres y gallinas
Todas ponemos,
Unas cuernos y otras huevos.


Viénense a diferenciar
La gallina y la mujer,
En que ellas saben poner,
Nosotras sólo quitar;
Y en lo que es cacarear
El mismo tono tenemos.
Todas ponemos,
Unas cuernos y otras huevos.


Docientas gallinas hallo
Yo con un gallo contentas;
Mas si nuestros gallos cuentas,
Mil que den son nuestro gallo;
Y cuando llegan al fallo,
En Cuclillos los volvemos.
Todas ponemos,
Unas cuernos y otras huevos.


En gallinas regaladas
Tener pepita es gran daño,
Y en las mujeres de ogaño
Lo es el ser despepitadas.
Las viejas son emplumadas,
Por darnos con que volemos.
Todas ponemos,
Unas cuernos y otras huevos.

Poema - Y no lo digo por mal de Francisco de Quevedo

Deseado he desde niño,
Y antes si puede ser antes,
Ver un Médico sin guantes
Y un abogado lampiño,
Un Poeta con aliño,
Un Romance sin orillas,
Un Sayón con pantorrillas,
Un Criollo liberal,
Y no lo digo por mal.


Ayer sobre dos astillas
Andaba el Señor Bicoca,
Y hoy, la barriga a la boca,
Lleva ya las pantorrillas.
Eran todas espinillas
Ayer las piernas de Antón,
Y la una es hoy colchón,
Y la otra es hoy costal.
Y no lo digo por mal.


El vejete palabrero
Que a poder de letuario,
Acostándose Canario
Se nos levanta jilguero,
Su Jordán es el tintero,
Y con barbas colorines
Trae bigotes arlequines,
Como el arco celestial.
Y no lo digo por mal.


Con más barbas que desvelos
El Letrado cazapuestos
La caspa alega por textos,
Por leyes cita los pelos.
A puras barbas y duelos,
Pretende ser el Doctor
De Brujas Corregidor,
Como el barbado infernal.
Y no lo digo por mal.


Que amanezca con copete
La vejiga del Notario,
Anteyer Monte Calvario,
Ahora Monte Olivete;
Si no Calvino, Calvete
Con casco de morteruelo,
Hoy Garza y ayer Mochuelo,
Coronilla de atabal.
Y no lo digo por mal.


Cura gracioso y parlando
Sus vecinas el Doctor,
Y siendo grande hablador
Es un mátalascallando.
A su mula mata andando,
Sentado mata al que cura,
A su cura sigue el Cura
Con réquiem y funeral.
Y no lo digo por mal.


El signo del escribano,
Dice un Astrólogo Inglés,
Que el signo de Cáncer es,
Que come a todo Cristiano.
Es su pluma de Milano,
Que a todo pollo da bote,
Y también es de Virote,
Tirando al blanco de un Real.
Y no lo digo por mal.


El pobretón más cruel
Que sin dinero se viere,
Tendrá mosca, si se hiciere
En el verano pastel;
Pastelerito novel
Que, sin murmurar excesos,
Nos desentierras los huesos
Y eres Cuaresma en carnal.
Y no lo digo por mal.

Madrigal de Francisco de Quevedo

Los brazos de Damón y Galatea
nueva Troya, torciéndose, formaban
(que yo lo vi, viniendo de la aldea);
sus bocas se abrazaban
y las lenguas trocaban.
En besos a las tórtolas vencían;
las palabras y aliento se bebían
y en suspiros las almas retozaban.
Mas él, estremeciéndose, decía:
“¡Ay, muero, vida mía!”
Y ella, vueltos los ojos, le mostraba
en su color lo mesmo que le daba.
Fue tan dulce este trance y de tal suerte
que quiso parte del la misma Muerte,
pues quedando sin fuerza y sin aliento,
entrambos despidieron el contento.
Y las niñas hermosas,
que, al fin, de vergonzosas se escondieron,
ya tristes, de envidiosas,
a los divinos ojos se volvieron,
dando armas a Damón con que venciese
al arrepentimiento, si viniese.

Poema - Pasiones de ausente enamorado de Francisco de Quevedo

Este amor, que yo alimento
de mi propio corazón,
no nace de inclinación,
sino de conocimiento.

Que amor de cosa tan bella,
y gracia, que es infinita,
si es elección, me acredita,
si no acredita mi estrella.

¿Y qué deidad me pudiera
inclinar a que te amara,
que ese poder no tomara
para sí, si le tuviera?

Corrido, señora, escribo
en el estado presente,
de que estando de ti ausente,
aún parezca que estoy vivo.

Pues ya en mi pena y pasión,
dulce Tirsi, tengo hechas
de las plumas de tus flechas
las alas del corazón.

Y sin poder consolarme,
ausente, y amando firme,
más hago yo en no morirme,
que hará el dolor en matarme.

Tanto he llegado a quererte,
que siento igual pena en mí,
del ver, no viéndote a ti,
que adorándote no verte.

Si bien recelo, señora,
que a este amor serás infiel,
pues ser hermosa y cruel
te pronostica traidora.

Pero traiciones dichosas
serán, Tirsi, para mí,
por ver dos caras en ti,
que han de ser por fuerza hermosas.

Y advierte que en mi pasión,
se puede tener por cierto,
que es decir ausente y muerto,
dos veces una razón.

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Poema - Relación que hace un jaque de sí, y de otros. de Francisco de Quevedo

Zampuzado en un banasto
Me tiene su Majestad,
En un callejón Noruega
Aprendiendo a gavilán.

Graduado de tinieblas
Pienso que me sacarán
Para ser noche de Invierno,
O en culto algún Madrigal.

Yo, que fui Norte de guros,
Enseñando a navegar
A las Godeñas en ansias,
A los buzos en afán,

Enmoheciendo mi vida
Vivo en esta oscuridad,
Monje de zaquizamíes,
Ermitaño de un desván.

Un abanico de culpas
Fue principio de mi mal;
Un letrado de lo caro,
Grullo de la puridad.

Dios perdone al Padre Esquerra,
Pues fue su Paternidad
Mi suegro más de seis años
En la cuexca de Alcalá,

En el mesón de la ofensa,
En el Palacio mortal,
En la casa de más cuartos
De toda la Cristiandad.

Allí me lloró la Guanta,
Cuando por la Salazar,
Desporqueroné dos almas
Camino de Brañigal.

Por la Quijano, doncella
De perversa honestidad,
Nos mojamos yo y Vicioso,
Sin metedores de paz.

En Sevilla el Árbol seco
Me prendió en el arenal,
Porque le afufé la vida
Al zaino de Santo Horcaz.

El zapatero de culpas
Luego me mandó calzar
Botinicos Vizcaínos,
Martillado el cordobán.

Todo cañón, todo guro,
Todo mandil jayán,
Y toda iza con greña,
Y cuantos saben fuñar,

Me lloraron soga a soga,
Con inmensa propiedad,
Porque llorar hilo a hilo
Es muy delgado llorar.

Porque me metí una noche
A Pascua de Navidad
Y libré todos los presos
Me mandaron cercenar.

Dos veces me han condenado
Los señores a trinchar,
Y la una el Maestresala
Tuvo aprestado sitial.

Los diez años de mi vida
Los he vivido hacia atrás,
Con más grillos que el Verano,
Cadenas que el Escorial.

Más Alcaides he tenido
Que el castillo de Milán,
Más guardas que Monumento,
Más hierros que el Alcorán,

Más sentencias que el Derecho,
Más causas que el no pagar,
Más autos que el día del Corpus,
Más registros que el Misal,

Más enemigos que el agua,
Más corchetes que un gabán,
Más soplos que lo caliente,
Más plumas que el tornear.

Bien se puede hallar persona
Más jarifa y más galán,
Empero más bien prendida
Yo dudo que se hallará.

Todo este mundo es prisiones,
Todo es cárcel y penar:
Los dineros están presos
En la bolsa donde están;

La cuba es cárcel del vino,
La troj es cárcel del pan,
La cáscara, de las frutas
Y la espina del rosal.

Las cercas y las murallas
Cárcel son de la ciudad;
El cuerpo es cárcel del Alma,
Y de la tierra la mar.

Del Mar es cárcel la orilla,
Y en el orden que hoy están,
Es un cielo de otro cielo
Una cárcel de cristal.

Del aire es cárcel el fuelle,
Y del fuego el pedernal;
Preso está el oro en la mina;
Preso el diamante en Ceilán.

En la hermosura y donaire
Presa está la libertad,
En la vergüenza los gustos,
Todo el valor en la paz.

Pues si todos están presos,
Sobre mi mucha lealtad
Llueva cárceles mi cielo
Diez años sin escampar.

Lloverlas puede si quiere
Con el peine y con mirar,
Y hacerme en su Peralvillo
Aljaba de la Hermandad.

Mas volviendo a los amigos,
Todos barridos están,
Los más se fueron en uvas
Y los menos en agraz.

Murió en Nápoles Zamora
Ahíto de pelear,
Lloró a cántaros su muerte
Eugenia la Escarramán.

Al Limosnero a Zaguirre
Le desjarretó el tragar:
Con el Limosnero pienso
Que se descuidó San Blas.

Mató a Francisco Jiménez
Con una aguja un rapaz,
Y murió muerte de sastre,
Sin tijeras ni dedal.

Después que el Padre Perea
Acarició a Satanás
Con el alma del corchete
Vaciada a lo Catalán,

A Roma se fue por todo,
En donde la enfermedad
Le ajustició en una cama,
Ahorrando de procesar.

Dios tenga en su santa gloria
A Bartolomé Román,
Que aun con Dios, si no le tiene,
Pienso que no querrá estar.

Con la grande polvareda,
Perdimos a Don Beltrán,
Y porque paró en Galicia,
Se teme que paró en mal.

Jeldre está en Torre Bermeja;
Mal aposentado está,
Que torre de tan mal pelo
A Judas puede guardar.

Ciento por ciento llevaron
Los Inocentes de Orgaz,
Peonzas que a puro azote
Hizo el bederre bailar.

Por pedigüeño en caminos,
El que llamándose Juan,
De noche, para las capas,
Se confirmaba en Tomás,

Hecho nadador de penca,
Desnudo fue la mitad,
Tocándole pasacalles
El músico de Quien tal...

Sólo vos habéis quedado,
¡Oh Cardoncha singular!,
Roído del Sepan cuántos...
Y mascado del varal.

Vos, Bernardo entre Franceses,
Y entre Españoles Roldán,
Cuya espada es un Galeno
Y una botica la faz,

Pujamiento de garnachas
Pienso que os ha de acabar,
Si el avizor y el calcorro
Algún remedio no dan.

A Micaela de Castro
Favoreced y amparad,
Que se come de Gabachos
Y no se sabe espulgar.

A las hembras de la caja,
Si con la expulsión fatal
La desventurada Corte
No ha acabado de enviudar,

Podéis dar mis encomiendas,
Que al fin es cosa de dar:
Besamanos a las niñas,
Saludes a las de edad.

En Vélez a dos de marzo,
Que por los putos de allá
No quiere volver las ancas,
Y no me parece mal.

Poema - Romance burlesco de Francisco de Quevedo

Ya sueltan, Juanilla, presos
las cárceles y las nalgas:
Ya están compuestos de puntos
el canto llano y las calzas.
Alguaciles y alfileres
prenden todo cuanto agarran:
Levántanse solamente
los testimonios y faldas.
Los necios y las cortinas
Se corren en nuestra España:
El doblón y los traidores
son los que tienen dos caras.
Los jubones y las cruces,
y las guerras tienen mangas:
Y tan sólo tiene cielos
los ángeles y las camas.
Tienen cámaras ahora
los señores y posadas;
y tienen nueces sin cuento
los nogales y gargantas.
Los melones y estriñidos
suelen siempre andar con calas:
El limbo y ojos, con niñas,
el hombre y cabrón, con barbas.
Los árboles y justicia
son los que tienen la varas:
Los ricos y los que mueren
son los que en el mundo mandan.
Desdichas y maldiciones
solamente ahora alcanzan:
Y ya los que quieren sólo,
y no los que deben, pagan.
El pan y los pies sustentan,
higos y tiempos se pasan,
corren monedas y ríos,
músicos y potros cantan.
El codo y la lezna son
agudos, que es cosa brava;
y las llaves y los reyes
tienen de continuo guardas.

Poema - Romance del Cid, en lenguaje antiguo de Francisco de Quevedo

Estando en cuita y en duelo,
denostado de zofrir,
el Cid al rey don Alfonso
fabló de esta guisa; oíd:
Si como atendeís los chismes
de los que fablan de mí,
atendiérades mis quejas
mi sandez toviera fin.
No supe vencer la invidia,
si supe vencer la lid,
pues hoy desfacen mis fechos
los dichos de algún malsín.
Mil banderas vos he dado,
esclavos más de cien mil;
y esos que de mi murmuran,
sólo a vos dan que reir.
Yo, que supe daros reinos,
yago desterrado aquí,
y con mucha yanta al lado
quien los sabe destroir.
Menguas ponen en mi honra,
que las estodian en sí:
traidor me llaman a voces,
a vos os toca el mentir.
Quando fuían de Tizona,
por ser canalla tan vil;
todo saldrá en la colada;
de Colada no hay fuir.
En mataros tantos moros
cuido que los ofendí,
dexando huérfanos todos
los que caboñan al Cid.
Faced que juzgue mi causa
el valiente, no el dotil:
que entre plumas y tinteros
aun Christo vino a morir.